Gracias Sociedad Italiana de San Pedro por otorgarme el Segundo Premio por mi obra: "CARTA A URIEL . Bello encuentro de escritores. Feliz de conocer tanta gente linda y compartir premiaciones con Ricardo Giallorenzi de San Pedro con su carta "Mandatos Incumplidos" (Primer Premio).
21 de Mayo de 2019 – Balnearia, Prov. de
Córdoba
Mi querido amigo Uriel:
Hoy fluye cansancio de vida desde mis ojos con sus
sueños mutilados por amargas experiencias. A
menudo no sé quien soy cuando el mundo me está mirando. El cadáver que me
habita por dentro, inestable y tenso, es por cierto cadáver que siente. Cadáver
que no encuentra socorro a su cobardía, a su dolor. Sé que se te debe comenzar
a arrugar el corazón de la furia al leerme…
En mis aposentos, discretamente espero “algo/a alguien”
con mis versos viejos. Mi espíritu de violines, vino y bosque duerme
melancólico y afligido.
Es ésta la estación en la que
el mundo me absorbe y quiero que me recuerdes,
amigo mío, que hubo un día en el que volaba sobre él. De seguro siguen
causándote risa aquellos, mis locos vuelos en la distancia, con quien nunca
conocí personalmente.
Pensar que, por tantos años, vos y yo,
estuvimos con los sueños perezosos y las metas distraídas… “Errores de
juventud”, diría mi padre. Fue largo el tiempo de
miseria e infortunios que compartimos también. ¡Hasta llegamos a pensar que
Dios al crearnos quizás se sintió agotado! ¿Recordás? Se nos esfumaron los años
nuevos con las heridas.
Aquí la lluvia incesantemente salpica el pueblo. Pero el
barro que piso se ha hecho primero con mis lágrimas. No hay sombra de nadie a
mi costado. Las horas se desordenan. Y sigue el hueco de mi mano vacío. Mis
ojos ya no descargan su rabia sobre la nube de guata sólo los domingos. ¡Ja! Te
divertía hacerme una llamada telefónica cada domingo por la tarde para sólo
preguntarme con tono burlón, si ya había llorado…
Amigo, cada noche lloran conmigo las maderas, los vidrios,
las chapas. Mi hogar se rompe, se parte,
se agota y se pierde al sentirse de nadie. Si hasta el árbol del frente está
caído (el que con tanta esperanza plantamos con mi hijo). Los perros del barrio
se tienden tristes delante de la puerta cerrada, los pájaros ya no regresaron a
tejer sus nidos en el quincho y los grillos se mantienen silenciosos (tus oídos
sí estarían felices por eso).
La perdí amigo, la perdí… Ella, preciosa con sus alas de
seda y su mirada hacia la luz en sus ojos de canción, viajaba, y se le
escapaban notas inspiradas en la belleza y majestuosidad de su ascenso, así me
gusta imaginarla. (Bien sabemos que su mejor oficio fue el de permanecer
siempre hermosa.)
¡Confesó amarme! Y yo la
esperaba… y se pintó de tinieblas la noche que nunca llegó.
Vi como otros la ganaban.
Escuché de ellos sus deseos más mundanos. Supe de sus coitos consumados y de la
tristeza posterior, fruto a los abandonos. Su cuerpo era como un pastel que
despertaba el apetito feroz de los hombres, hombres que después de devorarla la
llamaron “monstruo sin corazón”.
¿Sabes? Aquella mañana, nos fundimos en un abrazo e hilos
de su cabello quedaron en mis manos de tanto acariciarlo.
A veces parecía
sólo una estatua admirada, se mostraba poco gentil y hasta cruel. Y despertaba
en mí el caos, el hambre y, la soledad… con la que presentía jugaba y se
divertía en mi desolación. Sembraba en mí, alegría y desastre. Humillaba mi
ternura tímida... Sin embargo, a mi corazón de bloque sólo ella lo penetraba.
Yo, en mi breve ocio, soñaba con meter mis ojos dentro de
ella, encontrar su dolor, y arrojarlo al viento. La adoraba con cada poro de mi
arte. Quería en su cuerpo blanco y rosa dejar las huellas de mi inspiración.
Quería tallar una luna plana sobre su vientre para que me invitara a alcanzarla.
Quería regalarle mi juventud a sus años, mi fortaleza a sus daños. Quería poseer su carne espiritual, su canto
al despertar con la exquisita armonía de su boca y su aliento a música que me
consumía; y su ardor bajo las sábanas anunciándome el placer y el amor.
Amigo, yo quería la piedad de la única mujer que, en
verdad, amaba. (Siempre me decías que me hundía en sueños estúpidos…) Y yo, tenía
una ingenua prisa de enamorarla.
La perdí amigo, la perdí…Quedaron todas mis fibras
deseándola, sin ejercitar sobre ella, mis pasiones. Quedaron en caos sus
órdenes y riquezas y su ardiente temperamento. Ya no queda pan para mi hambre,
ni vino para mi sed.
Recuerdo haberle dicho que yo le escribía con mi latido
constante e inmortal, palabra por palabra. “Quizás comenzó a amarme cuando
comenzó a leerme”. No lo sé.
Cuando acaricié sus pies desnudos, dormidos y fríos con
mis manos pensé: ¿de qué manera podría volver alegre por el camino que llenó
mis pies de espinas?
Perdí la sensatez también. Tomé su cuerpo muerto y la
abracé para estamparlo en mi corazón y le grité al universo: ¡Devuélvemela en
su cálido estado natural! Mi abrazo no lograba calentarla… Sus familiares me
apartaron de ella. Y no recuerdo nada más.
Pienso en todos los poetas del mundo que no llegaron a
conocerla… Mi tumba albergará mis confesiones y versos para ellos.
Compré anillos y rosas, construí con telas una iglesia donde
pudiéramos ser bendecidas y no juzgadas. Planché mi pelo (¿me imaginas sin
rulos?), me vestí con la única muda de ropa formal que tengo (sigo detestando
ir a las tiendas), lustré mis zapatos viejos, y me senté a esperarla afuera (sobre
el banquito de madera que me puse a barnizar esa siesta en la que vos casi te
desmayas del susto al ver saltar una rana).
Pasaron de las veintiuna horas primero un cuarto de hora,
luego media hora, después una hora...
Ya con tres horas de demora, y sabiéndola estrictamente
puntual, el frío viento de la noche otoñal alcanzó las rosas, cuyos pétalos
fueron cayendo uno a uno al suelo. Del mismo modo cayeron pálidas y silenciosas
mis palabras. Y con furia insostenible arrojé los anillos entre los árboles.
Pensé en correr a buscarla
y hasta suplicarle que por favor dejara de podar mis ramas-alas y acabara de
una vez con mi raíz-vida. Pero corceles fúnebres arrastraron en la calma a mi
alma hasta ella. Sus ojos se cerraron y mi garganta al verla inmóvil se rompía
cada vez que intentaba recobrar su poder y gritar. Hasta que mi voz retumbó
entre los vivos y los muertos.
“Ella me dio un tipo de
amor incapaz de sobrevivir por sí mismo, y me abandonó”.
Te pido perdón amigo mío
por no escribirte con anterioridad, pero bien sabes que mi silencio no
significa ausencia. Además, me ha llevado tiempo encontrar una dirección donde
enviarte mis cartas. Y mis pensamientos vienen siendo tan fugaces que pocas
veces llegan a rozar un papel o un oído.
Un algo/alguien lanzará mi
existencia brumosa hacia el aire y me liberará de este amargo abismo a cambio
de mis versos viejos. Te pido por si la encuentras mientras me esperas, dile
que un reloj siniestro se detuvo, y que con él se detuvo mi vida. Y que así
desaparecieron los dolores vibrantes de mi corazón.
También enérgicamente
cuéntale que huiré hacia el horizonte y que allí debe esperarme. Y que ya no
importa que el pasado se haya tragado nuestras vidas. Que le llevaré versos nuevos para que su voz
cante. Que abriré sus ojos y le regalaré una noche inmensa en la que brillará
nuestro amor, como tesoro. Que la desposaré sobre la luna llena, y de estrellas
será su ramo y de pequeños planetas nuestros anillos. Dile que ya no habrá
abrazos con sabor a despedidas. Dile que la amo y que le llevo de regalo rayos
amarillos y alegres, perfume, llamas ardientes y la aurora.
Fuertes ráfagas de viento
comienzan a golpear las ventanas y eso favorecerá mi vuelo-navío. Ya debe
llegar ese “algo/o alguien”. Te confieso que mi cuerpo está tembloroso. Amigo
mío, ya me voy despidiendo. Pronto me encontraré con tus ojos tranquilos.
Mientras te escribo estas
últimas líneas me despido de mi alcoba, mi morada. Y me pregunto: ¿quién
guardará mi sueño infinito? Ya hablaremos sobre eso… y sobre las tardes en el
balcón cubiertas de mosquitos. Sobre los anocheceres cálidos de cervezas y
amigos (y tus repetidas y molestas borracheras). Y de mis bromas que evocaban
los minutos felices también.
Ya subiré como sol
rejuvenecido, imantada por el despertar del alma, rodeada por un ballet de
flores. Abandonaré este otoño para volverme primavera.
Tantas veces me dije a mi misma, no te vuelvas
a morir… Y me vi enfermar, y me vi sufrir hasta el último aliento por una
mujer. Pero atreverse a amar nos convierte en suicidas.
Va mi botella arrojada al mar con piedritas de
colores y estas líneas adentro, iluminando su verde cristal, espero que pronto
te llegue. Espero que nos encuentres.
Abrazo
de alas-aletas
Tu amiga, Pía